Desde los
más remotos tiempos de la humanidad, el culto a la muerte,
acompañado de sus variadas celebraciones y expresiones
manifiestas, ha estado siempre presente en todas las regiones
del mundo donde se han desarrollado las más notables
civilizaciones de alta cultura.
Una de esas
regiones es precisamente Mesoamérica —la gran área
geográfico-cultural, propuesta por los estudiosos de la época
prehispánica, que comprende el centro y sur de México,
Guatemala, Belice, El Salvador, y ciertas porciones
territoriales de Honduras, Nicaragua y Costa Rica— donde
florecieron, entre el 1500 a.C. y el 1521 d.C., destacados
pueblos que practicaron, con devoción y respeto, un complejo
ceremonial vinculado al capítulo final de los hombres en la
tierra: la muerte.
Particularmente,
en el caso del territorio mesoamericano comprendido en la
actual República Mexicana, los arqueólogos y especialistas lo
han dividido en cinco áreas o regiones menores con el fin de
lograr una mejor comprensión de las expresiones culturales y
artísticas (en arquitectura, escultura, cerámica, etc.) que
desarrollaron los antiguos habitantes de nuestro país durante
la época prehispánica; han conformado así: el área Maya, la
Costa del Golfo, Oaxaca, el Altiplano Central y el Occidente
de México. Esta última es, precisamente, la región que en esta
ocasión nos ocupa.
El
Occidente de México, ambiente geográfico
El Occidente
de México agrupa los actuales estados de Guanajuato, Guerrero,
Michoacán, Colima, Jalisco, Nayarit y Sinaloa, todos ellos
integrados —con excepción de Guanajuato que se ubica justo en
el centro del país— a la vertiente del Océano Pacífico, vía
que debió servir durante los tiempos prehispánicos como medio
de comunicación a los diversos pueblos que la atravesaban,
estableciendo con ello contactos culturales con sitios y
lugares a veces tan lejanos como lo son Colombia y Ecuador, en
Sudamérica.
Representación de un guerrero,
procedente de Jalisco, cultura de la Tumbas de Tiro.
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Como podemos
suponer, la amplia extensión que el Occidente de México
comprende tiene una geografía de notable variedad que
presenta, además de la costa del Pacífico, por lo menos cuatro
grandes zonas ecológicas de características contrastadas:
- La sierra volcánica, de abrupta
topografía e integrada por numerosos volcanes pertenecientes
a las cadenas montañosas que recorren el país, tanto de la
Sierra Madre Occidental como del Eje Neovolcánico.
Figurilla femenina preclásica
procedente de Mihoacán |
- Las mesetas del Bajío, limitadas por
esas cadenas montañosas que, con el paso del tiempo, dieron
lugar a la formación de maravillosas cuencas lacustres,
entre las que destacan las de Pátzcuaro, Cuitzeo y Chapala,
donde el clima imperante es siempre templado, con lluvias en
verano, que resultan en una vegetación siempre verde,
coronada generalmente con tupidos bosques de coníferas.
- Las ricas praderas cercanas a los
principales ríos como el Balsas y el Santiago.
- Existen también pequeñas zonas como
“El Infiernillo”, donde además del tremendo calor y la
sequedad, la vegetación dominante es de tipo semidesértico.
De esta
manera, el Occidente de México se constituye como un mosaico
geográfico de gran variedad topográfica y ecológica que
sirvió como marco perfecto para el nacimiento y desarrollo de
enigmáticas culturas que se manifestaron plásticamente con un
arte propio, rico en aportaciones formales y estilísticas,
presente en fabulosos entierros funerarios.
Los
tiempos preclásicos en el Occidente de México
Durante la
época aldeana, mejor conocida por los especialistas como el
preclásico —que comprende más de 15 centurias
anteriores a la era cristiana—, se desarrollaron en el
Occidente de México, específicamente en el área de Michoacán y
Guanajuato, varias culturas (entre ellas las llamadas culturas
Capacha y Chupícuaro) que se caracterizaron por la elaboración
de un arte campesino cuya expresión plástica se identifica por
pequeñas esculturas modeladas en barro que representan en su
mayoría a mujeres —que son, probablemente, tempranas
manifestaciones del culto a la diosa madre y a los poderes del
ámbito femenino de la naturaleza, muy similares a las que se
producían durante esa misma época en el Altiplano Central—;
así como cientos de recipientes cerámicos simétricamente
decorados, donde predominan las formas geométricas.
Fue también
durante aquella lejana época, que se inició entre los aldeanos
la tradición de ofrendar a sus muertos con objetos que
acompañaban a los cuerpos en los entierros, los que
generalmente se realizaban debajo de sus casas habitación con
el propósito de vincular así a los muertos con sus familiares
vivos. De esta manera, la vida y la muerte se fusionaban en un
círculo vital eterno.
La
tradición de las Tumbas de Tiro
Ya en el
transcurso de la era cristiana, desde el primer siglo y hasta
finales del séptimo, ocurrió en Mesoamérica el florecimiento
del mundo clásico, caracterizado por un importante
desarrollo social y urbano que dio lugar al surgimiento de
poderosas ciudades-estado cuyos ejemplos más conocidos son
Monte Albán en Oaxaca y Teotihuacan en el Altiplano Central,
así como muchas capitales del mundo Maya. Por su parte, en el
Occidente de México no florecieron grandes ciudades, mas
sí existieron algunos centros ceremoniales de arquitectura
permanente, con presencia de basamentos piramidales, como los
que aún se conservan en el Ixtépete, Jalisco, en el Chanal,
Colima, o en Ixtlán del Río, Nayarit. Sin embargo, y ante la
ausencia de una arquitectura monumental como la que
caracterizó a otras áreas de Mesoamérica, la verdadera
expresión cultural que identificó a gran parte del Occidente
de México, desde Michoacán hasta Nayarit, fue la llamada
“tradición de las Tumbas de Tiro”.
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Cajete preclásico con soporte de
pedestal donde resaltan los motivos geométricos
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Esta
tradición se caracteriza porque en terrenos muy compactos y de
gran solidez como los de tepetate, los antiguos habitantes de
la región excavaron profundas tumbas con tiros de sección
rectangular o circular, con una profundidad promedio de cuatro
metros (aunque como excepción tenemos la descubierta en
Eztalán, Jalisco, que tiene un impresionante tiro de 16
metros), en cuyo fondo, y mediante túneles de comunicación,
excavaron verdaderas cámaras funerarias donde depositaban,
solemnemente, los cuerpos de sus muertos acompañados de ricas
ofrendas.
Figura femenina que rtepresenta a una
mujer desgranando maíz, procedente de Nayarit, cultura
de la tumbas de Tiro. |
Representación de una mujer cuyo
cuerpo es decorado con motivos geométricos. Procedente
de Nayarit, cultura de las Tumbas de Tiro
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Se supone
que estas tumbas fueron excavadas justo debajo de los
conjuntos arquitectónicos, tal como se hiciera en los tiempos
preclásicos, aunque de éstos, hasta hace no mucho tiempo, poco
se sabía.
Entre los
objetos que conforman el ajuar de estos espectaculares
entierros se han descubierto platos, vasijas y, sobre todo,
hermosas figuras huecas, modeladas en arcilla, que representan
hombres y animales de diversos tamaños —algunas de ellas
sobrepasan el metro de altura— que son, sin lugar a dudas, las
verdaderas obras maestras de arte que caracterizan al
Occidente de México.
Mujer que representa como rasgos de
enfermedad, pústulas en su cuerpo. Procedente de
Nayarit, cultura de las Tumbas de Tiro.
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Fue durante
los años que corresponden al periodo clásico mesoamericano que
los habitantes del Occidente, verdaderos artistas, explotaron
todo su ingenio y creatividad para elaborar estas figuras de
barro cocido, especialmente las de grandes dimensiones, con
las que representaron hombres y mujeres en posiciones que nos
reflejan muchas de las actitudes de su vida cotidiana,
inclusive en poses guerreras y hasta con enfermedades copiando
también, primorosamente, las plantas y los animales con que
convivían.
Debemos
insistir en que éste es un arte de carácter funerario pues la
finalidad de quienes realizaron las obras y las depositaron en
los entierros acompañando los restos de los difuntos junto con
otros ornamentos y varios utensilios, era recrear la vida de
éstos para que de esa manera su alma efectuara, sin
contratiempo alguno, su largo viaje al reino de los
muertos.
Cabe
mencionar que en estas manifestaciones plásticas hay una
insistencia mayor hacia el naturalismo. Esto nos indica que al
no existir, en el Occidente de México, estructuras políticas
de gran complejidad que impusieran imágenes, formas o estilos
—como ocurriera más tarde en la época mexica—, la creatividad
de los alfareros no se veía limitada, reflejándose ello en la
diversidad y riqueza de sus notables figuras. Fue precisamente
en la talla de estas esculturas huecas de carácter funerario,
de dimensiones mayores, donde el arte del Occidente alcanzó
sus niveles más excelsos, pues todas son de gran calidad
técnica y cada una posee un sello y una belleza individual. En
ellas podemos distinguir también estilos diferentes, según la
región donde fueron descubiertas.
En Colima,
por ejemplo, se elaboraron figuras de seres deformes,
jorobados o enfermos en las que, con gran detalle, los
artistas acentuaron las características de las diferentes
problemáticas físicas de su tiempo. De Colima son también las
figuras de animales que ocasionalmente son vasijas; de este
conjunto, destacan por su gracia y riqueza en el detalle, los
famosos perros gordos, que el maestro Diego Rivera tanto
admiró y coleccionó hacia los finales de la primera mitad de
nuestro siglo; ellos son hermosas representaciones del famoso
xoloizcuintli o perro de los antiguos habitantes de
México, que en ocasiones era también sacrificado y enterrado
junto con el difunto para que le sirviera como guía por los
oscuros y fríos caminos que los conducirían hacia el
inframundo.
Las
esculturas encontradas en Jalisco nos muestran individuos con
rostros grandes y mujeres robustas que lucen orgullosas su
desnudez, así como guerreros vestidos con armaduras que
empuñan ferozmente sus armas manteniendo posición de
ataque.
De Nayarit,
específicamente de Ixtlán del Río, provienen las figuras de
hombres y mujeres que se distinguen porque portan múltiples
arillos de metal colgados en los lóbulos de sus orejas o bien
en la nariz, como debieron de usarlos en aquella época, de la
misma manera que muchas personas hoy se decoran diferentes
partes de su cara y de su cuerpo con aretes.
Perro regordete. Procedente de Colima,
cultura de la Tumbas de Tiro. |
Hacia el
siglo XIII, ya en el periodo que los especialistas llaman el
posclásico, ocurrieron cambios notables en la región
que actualmente corresponde al estado de Michoacán,
específicamente en los alrededores de la cuenca lacustre de
Pátzcuaro, donde surgió y se consolidó la formación estatal,
hablante de la lengua purépecha, que debió toda su fuerza y
poder al militarismo que practicó: el Imperio Tarasco.
Representación de un guerrero
ricamente ataviado, cultura de las Tumbas Tiro
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Ya para
estos tiempos los tarascos dominaban, entre otras cosas, la
metalurgia del oro, la plata y el cobre realizando, inclusive,
las primeras aleaciones de bronce, metal con el que fabricaron
tanto herramientas de trabajo como armas que debieron de
contribuir para reafirmar el poder del Imperio Tarasco sobre
el Occidente de México.
Guerrero, cultura de las Tumbas de
Tiro |
Este
aguerrido pueblo tuvo como capital la ciudad de Tzintzuntzan,
donde aún sobrevive el peculiar conjunto arquitectónico
conocido como Las Yácatas; esta ciudad fue contemporánea de
México-Tenochtitlan, la famosa capital del Imperio Mexica.
Mujer adolescente hincada. Procedente
de Nayarit, cultura de la Tumbas de Tiro
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Según los
relatos históricos, el Imperio Tarasco y el Mexica, los más
poderosos estados militares de la época, sostuvieron hacia la
segunda mitad del siglo XV dos violentos enfrentamientos con
resultados funestos para ambas partes. Mas el destino no
permitiría un tercero, pues a mediados de 1519 asomaron por
las costas del Este los navíos capitaneados por don Hernán
Cortés, dando con ello inicio a la conquista de México, la que
culminó con los resultados ya conocidos.
Tras la
hecatombe de la conquista, las ciudades capitales de estos dos
imperios fueron destruidas para dar paso a la Colonia
española, sobreviviendo, afortunadamente para nosostros y para
las generaciones futuras, la importancia cultural de sus
habitantes, así como el invaluable tesoro de ésas, sus
maravillosas obras artísticas.
Bibliografía
De la
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México. México, Colección de Arte 27, UNAM, 1974.
————
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Soto de
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